Bíblica
  Unos versos alentadores
 

SI HAY VIDA... HAY ESPERANZA

Tres razones por las cuales no debemos dejar abandonados a su suerte a los nuevos creyentes...

Ps. Fernando Alexis Jiménez

El caso fue muy sonado en los Estados Unidos. La mujer llevaba once años en estado de coma, conectada a unos tubos de alimentación. Día y noche el mismo bip, bip, bip, del aparato. "Su estado es grave" diagnosticó el médico. Sus familiares seguían esperando... Un hogar unido en torno a una situación de crisis. Pero una voz rompió la rutina: "Suspéndanle la vida artificial". Era el esposo. No quería prolongar el drama. Esas cuatro palabras desencadenaron un verdadero escándalo que tocó los estrados judiciales de San Petersburgo.

Las autoridades ordenaron restablecer las conexiones. Era el esposo el que quería que acabara la situación, pero sus padres y hermanos decían: "Ella todavía vive... Y si hay vida, hay esperanza". Argumentaron que en ocasiones le han visto hacer gestos, que sonríe, llora y abre sus ojos en respuesta al cariño que le brindan. Los médicos, sin embargo, sostienen que estas acciones son sólo reflejos.

Durante ocho años, sus padres han librado una dura batalla contra el esposo quien siempre demandó la posibilidad de dejarla morir. Pero la madre, quien ha pedido oraciones por la mujer de 37 años en estado de coma, insiste: "Por favor, recen por Terri. Ella es el centro de todo esto".

Las frases todavía resuenan en mi cabeza: "Si hay vida, hay esperanza". Y me pregunto, ¿Qué ha sido de los nuevos creyentes a quienes, después que aceptan la Salvación del Señor Jesucristo, dejamos a un lado y nos preocupamos por otras almas?. Y ¿Qué ha ocurrido con los cristianos que volvieron atrás, y ni siquiera les hicimos una llamada telefónica para saber cómo estaban? ¿Y qué de aquellos que eran inconstantes hasta que decidimos -de manera egoísta, por supuesto- no seguir luchando por ellos?. Las respuestas las tiene cada uno...

Nuestro Señor Jesucristo dio ejemplo de preocupación por las almas hasta último momento. ¿Recuerda cuando le dijo a un reo, que estaba junto a él en la cruz: "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso"(Lucas 23:43)?

Aquél hombre estaba en sus últimos momentos, pero ¡Si hay vida, hay esperanza!. Por lo anterior, le invito a meditar en tres razones por las cuales no debemos abandonar a las almas a la deriva...


1. Hay esperanza... con los inconstantes
La llama se estaba extinguiendo. Los carbones seguían encendidos pero amenazaban con llegar a su fin. El viento golpeaba de frente a la hoguera. "Vamos, no dejen apagar el fuego", gritó Raúl y se arrodilló para avivar las llamas. "No vale la pena", gritó alguien dentro del grupo de curiosos que rodeaban el fogón, "deja que se apague. Encenderemos otra hoguera". "No", insistía Raúl, "debemos avivar la llama, no permitir que se apague". Un incidente sencillo pero profundo a la vez en aquél campamento de jóvenes. Reflexioné sobre la similitud con las dos categorías de líderes y discipuladores: los que rápidamente renuncian a formar en los caminos de Dios al nuevo creyente, apenas lo ven tambalear, y aquellos que no se dan por vencidos fácilmente, los que irónicamente constituyen el número más reducido en nuestras congregaciones.

El Señor reclama de su pueblo: "¿No apacientan los pastores a los rebaños? ...mas no apacentáis a las ovejas. No fortalecisteis a las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, ni volvisteis al redil a la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia. Y andan errantes por falta de pastor..." Ezequiel 34:2-5.

A usted y a mí nos corresponde pastorear el alma de los nuevos creyentes hasta que puedan valerse por sí mismos, debido a su crecimiento espiritual. No podemos abandonarlos en el camino. Es necesario llamarles telefónicamente, buscarles, hacerles sentir que son importante para Dios y también para nosotros, sus hermanos en la fe. Ése es el peligro de las megaiglesias, aquellas congregaciones que tienen número incontable de miembros: se pierde la estrecha relación con los nuevos... y eso es sencillamente fatal y lo necesitan considerar dentro de sus programas de discipulado.


2. Hay esperanza... con los que vuelven atrás
Héctor era un excelente líder. Siempre tenía a flor de labios un versículo para acompañar sus conversaciones. Era entusiasta y tenía ideas geniales. En ocasiones había que decirle: "Basta ya, no corras tanto, más despacio, dale tiempo al tiempo" porque, en su afán de servir al Señor, parecía un bólido. No había quien lo detuviese. Muchos, al verle su animosidad, decían: "Será un excelente pastor". Pero un día su vida espiritual dio un vuelco de 180 grados. No volvió al templo, dejó de orar, perdió el entusiasmo. Como es apenas natural, muchos se sintieron decepcionados.

¿Cuál es la solución? ¿No preocuparnos por los que volvieron atrás y volcar nuestras fuerzas a los nuevos creyentes? Estoy seguro que no. Hay que regresar sobre nuestros pasos, alcanzarles y reemprender el camino. Así lo plantea el apóstol Pablo: "Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo haces... también os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los débiles, que seáis pacientes para con todos" 1 Tesalonicenses 5:11, 14.


3. Hay esperanza... con el indiferente
Por más de tres años Yimi Oswaldo clamó a Dios por la vida de su hijo adolescente. En su condición de pastor, si había algo que le preocupaba era ganar el mundo para Cristo y que su familia se perdiera. Oraba diariamente por el muchacho, pero nada ocurría. Le atraían los placeres del mundo y se mostraba indiferente a las cosas del Señor.

Cuando menos lo esperaba, el chico rindió su corazón a Jesucristo. Las oraciones del padre habían caído en tierra fértil, aunque al principio todo pareciera árido.

Predique, insista, no se desanime. Dios tiene sus propios planes y calendario. En su tiempo Él responderá. Aquella alma por la que ha venido pidiendo al Señor, se convertirá en el tiempo de Él. Así puedo entenderlo cuando leo en mi vieja Biblia que, en el comienzo del cristianismo "Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía al número de ellos los que iban siendo salvos" Hechos 2:46, 47 (La Biblia de Las Américas).


Almas huérfanas...
¿Alguna vez ha visto un niño perdido en un gran centro comercial? Provoca angustia. Mira aterrorizado en todas las direcciones, llora y en sus ojos brilla la desesperanza. Es irónico porque está rodeado de decenas de personas, pero a la vez está solo. Están abandonados en medio de una multitud...

Asi ocurre con las almas de aquellos creyentes nuevos que dejamos a la deriva con facilidad. Nos preocupa tener una membresía gigantesca, poder sumar convertidos, pero cuando estamos cosechando, nos olvidamos que ese nuevo creyente necesita acompañamiento. Debemos estar a su lado, animarlo, absolverle los interrogantes y ayudarles para que, en el momento indicado, dejen de ser ovejas para entrar a ser personas dispuestas a pastorear otras ovejas.

Imagine por un momento que estamos entrando en el cielo. Nuestro corazón rebosa de gozo al ver a nuestro Señor Jesucristo, en la certeza de que será por toda una eternidad. De pronto volvemos la mirada atrás y vemos el largo camino que recorremos hasta llegar a la presencia de Dios. Y al detallar con más cuidado, vemos a lado y lado del sendero a muchos que se quedaron rezagados... Y nosotros estábamos tan preocupados por seguir llevando almas a los pies del Salvador, que nos olvidamos de a aquellos que ya habían hecho decisión de fe...! ¡Dios no permita que tengamos el triste final de ser padres irresponsables que van regando por ahí almas huérfanas...!.

 
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